1/09/2006

El tiro


Por Paco Moreno

Gracias a la luz tenue de una lámpara, en el desorden de mi escritorio, encontré un texto de una sola página cuyo título me sorprendió. "Llegó la hora de tu muerte", rezaba éste, y cuando terminé de leerlo, incomprensiblemente, se empezó a borrar letra por letra hasta desaparecer por completo. De la misma manera, desapareció la primera oración del primer párrafo; y entonces, totalmente consternado, lancé la página misteriosa sobre el cúmulo de hojas sueltas en mi escritorio.

Recuerdo que la primera oración decía: "Lo he pensado tanto que hoy es hora de dar el paso definitivo". Por la desesperación, ante ese raro suceso, pensé que estaba perdiendo la visión o que estaba ebrio. Entonces, en la penumbra de mi habitación, rápidamente, me levanté de la silla y corrí a mirarme al espejo, y el reflejo de mi rostro en éste me ratificó mi enorme temor. No quería salir del baño. Tuve más miedo aún cuando se apagó mi lámpara.

Una sombra espesa y sumamente oscura y un silencio absoluto se adueñaron de la habitación. Pero con mucho cuidado y con la ayuda de las manos en las paredes pude volver hasta mi escritorio y encendí mi lámpara. Fue un error: me enfrenté con el texto sin cabeza y sin cuello, y así lo seguí leyendo. En la medida que lo hacía, se seguía consumiendo letra por letra. Lo leí rápidamente, de corrido, sin prestar mucha atención al mensaje. Pensé que así me libraría del texto y que me iba a quedar con una página en blanco, pero no. De repente, cinco frases sueltas aparecieron en la página donde antes habían existido cinco párrafos. Estas frases son las siguientes:

1)A parte de ti hay alguien más en este lugar. 2) Esta penumbra la causé yo para originar tu miedo. 3) Nadie podrá escucharte aunque grites. 4) Ahora sí podré matarte sin que nadie como siempre lo pensé. 5) Morirás conmigo ahora porque no soportaría vivir sin ti.

De pronto, cuando terminé de leer las frases, se apagó mi lámpara de nuevo. Por el miedo, levantándome de mi silla, me pegué a una pared cercana y sorpresivamente se prendió la luz de mi habitación (no sé si toqué el interruptor casualmente). Frente a mí entonces la pude ver. Un fúnebre y delicado vestido negro transparente cubría su desnudez sumamente tieso. Un largo chal de seda colgaba de su cuello larguísimo. Llevaba unos zapatos tan altos que yo la veía como desde abajo. Como nunca, se había soltado sus cabellos y no usaba maquillaje. Estaba más delgada, larguirucha, como estirada por la ira de verme. Por la ventana abierta de mi habitación me llegó un viento frío, y pude ver que en sus ojos hervía los colores del odio. Sus brazos se abrieron como las alas de un águila y en el aire se juntaron para que sus manos tuviesen la comodidad de apretar una pistola. Un pistola tan brillante como negra. Con esa me apuntó a la altura de mi pecho totalmente parado por el miedo.

—Ya deja de sudar que llegó tu hora.

—No es preciso que yo muera ahora.

—Entonces despierta —dijo y me metió un tiro.

2 Comments:

Blogger Incendiario TV said...

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4:38 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

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2:06 a. m.  

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