11/21/2005

La mujer de la trusa roja



Por Paco
Casi nadie va a buscarme a casa, pero hoy sábado, como a las dos de la tarde, en pleno marasmo después del almuerzo, alguien llamó a la puerta. Yo estaba leyendo "Historias de amor y Viagra", una espléndida novela de Francisco Umbral; de la cual ya te hablaré otro día. Enojado por la interrupción de mi lectura, no tuve otra opción que abrir la puerta, pues tocaban muy fuerte y con insistencia.
—Hola.
—Hola.
Era una mujer como de treinta años de edad, a quien no la había visto nunca. Después del saludo, ella no supo qué decirme y, avergonzada, como si se hubiese llevado el chasco de su vida, quiso marcharse. Entonces la retuve, sólo por curiosidad.
—Ey.
—Disculpa, pensé que aquí vivía una chica.
—¿Por qué?
—Por nada, olvídalo.
Quiso marcharse de nuevo y entonces mi curiosidad aumentó y prácticamente le grité.
—¡Oiga!, ¿qué es lo que necesita?
Ella se detuvo, se acercó y me ofreció disculpas. "Es que no me atrevo" dijo.
—No se preocupe, dígame nomás (pensé que quería pedirme dinero)
—Bueno, ocurre que hace unos días yo había dejado una prenda mía colgada en mi ventana. Yo vivo en el piso siete y entonces cuando estaba recogiéndola se me cayó por el tragaluz y creo que, arrastrado por el viento, entró por tu ventana. Toqué tu puerta muchas veces pero no tuve suerte. Por eso, hoy, sábado, toqué fuerte y con insistencia. Pensé que te encontraría, pero no sé por qué creí que aquí vivía sola una chica. Entonces recordé el día en que mi gripe se había agudizado, tanto que había cruzado la orilla para llamarse gripe aviar (o aviara, según los entendidos). Fue el día en que, en mi cuarto piso, estuve tendido sobre mi cama todo el día tosiendo y tosiendo hasta que los vecinos me empezaron a lanzar sus zapatos para callarme. Pero alguien me lanzó una trusa.
—Oiga, ¿me está escuchando?
—Claro. Es usted la dueña de la ...
—No lo diga, por favor. Me dada un poco de vergüenza mirarle debajo de la cintura, y de tanto mirarla a la cara pensé que se llamaba Milvia y que tenía menos de 30 años de edad. Era verdad. Me confesó que tenía 27 años y que hace poco se había mudado a Jesús María desde Caracas, escapando de un ingeniero de 40 años que la obligaba a casarse con él, a tener hijos y todas esas cosas, que son buenas si no se obligan, claro. Eran un mujer alta, delgada y bella. Sus cabellos dorados y ensortijados apenas habían sido peinados ese día. Tenía la piel tostada por el calor del Caribe. No llevaba maquillaje y hasta sus uñas estaban limpias de esmaltes. Su estatura llamada mi atención, tanto que tuve enderezarme para no quedar mal.
Estaba vestida como deportista lista para el entrenamiento. Una blusa clara dejaba ver su "brassières" rojo con unos diseños extraños; un pantalón corto de algodón fino, de esos que se pegan a los muslos, era la única prenda que cubría esa parte de su cuerpo; sus zapatillas, ligeras y azules, se movían mucho por el temblor de su pie. Estaba nerviosa, pero se tranquilizó en la medida que los minutos pasaban. A veces, pasan para bien.
—Y bueno, entonces ¿me entregarás mi prenda?
—Sí, claro. Pero pasa, vivo solo. En eso sí acertaste.
—No, no, no. No puedo.
—No te preocupes, soy más inofensivo que una chica.
Cuando pasamos, le ofrecí una copa de vino tinto; mas ella quería una limonada. Finalmente tuvo que aceptar la copa porque limonada no había. Brindamos por la soledad y el amor, porque si no se brinda por el amor, el amor nunca aparece. La soledad sí.\n\nYo la miraba mucho y en momentos pensé que no era casualidad que ella estuviese en mi cuarto y a esas horas de la tarde en que la bulla se esconde. Me dieron ganas de darle un beso y decirle que se quedará a vivir conmigo, pero eso sólo se quedó en ganas, pues desperté cuando me dijo:
—Ey, ya deja de mirarme así, y busca mi ...
—Claro. Saqué su trusa de mi armario. Estaba dobladita y en una bolsa transparente. Cuando le estaba entregando, me di cuenta que tenía los mismos diseños extraños que había visto en su "brassières", que podía verlos –repito– gracias a su blusa transparente.
—¿Dónde está tu baño?
—Puedes ponértela aquí nomás.
—¿Cómo?
—Nada. El baño está por acá.
Del baño salió feliz como si hubiese cumplido una promesa. "Trusa y 'brassières' ahora sí hacen juego cubriendo su cuerpo" pensé.
—Quizá pensarás por qué tanta cosa por una trusa sin importancia. En realidad, cualquier trusa no la tiene tanto, pero ésta que acabo de ponerme sí. Hace siete años, un doce de noviembre como hoy, mi novio, cumpliendo una apuesta que yo le había ganado, mandó a confeccionar estas prendas para mí. Me los regaló y me dijo que las usara todos los doce de noviembre de todos los años, aunque las prendas estuviesen viejitas. Eran juegos de amor, de ese amor que sólo lo conocen algunos y que duran muy poco. Por eso, mi insistencia en buscar mi trusa (por fin lo dije)
—Qué paso con tu novio, Milvia.
—Si te acepté la copa es porque hoy es doce de noviembre, y, cuando brindamos por el amor y la soledad, yo brindaba por él. Mi novio fue terriblemente abaleado por unos asaltantes hace seis años, y murió en mis brazos mientras se llevaban su carro. Ese día fue la segunda vez que me podía estás prendas. Trucaron mi boda que iba a ser el 15 de noviembre de ese año, jodieron mi futuro. Todo se fue a la mierda. Ahora vivo errante por todos lados buscándolo aunque sé que jamás lo encontraré. Pero ya ves encontré mi prenda justo hoy día y gracias a ti. Él debe estar feliz, porque ahora tengo el conjunto puesto. Él era tan pegado a esa cosas y yo le daba el gusto... Hay que darle siempre el gusto a quien amamos. Así, con el sol de la tarde, dejando una soledad inmensa en mi cuarto, antes de que las lágrimas la venciesen, Milvia, con un ramo de flores, partió al cementerio a encontrarse con su novio muerto. (12 de noviembre del 2005).

1 Comments:

Blogger Dinorider d'Andoandor said...

aasuuu.... pero hay amores que traspasan la línea de la muerte en verdad

1:55 a. m.  

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